
JAVIER GOITIA BLANCO
Se acerca el final de junio y los días que no han dejado de aumentar su luz desde navidades, están próximos a dejar de crecer y a comenzar -levemente- a acortar su duración un año más.
Desde Noruega a Argelia y desde Portugal al centro de la Rusia Blanca, en cientos de pueblos , grupos de gentes reniegan por unos días de las calles bulliciosas, de los centros comerciales exageradamente iluminados de mirar continuamente los teléfonos y las pantallas de televisión y se van a campas, playas o rincones de la ciudad menos iluminados y se concentran -pacientes- en torno a una pira improvisada con ramas secas, cartones, palets, y otros despojos combustibles, esperando a que surja de entre la gente un líder que diciendo unas palabras, prenda fuego a la hoguera “por donde da el aire” y dé permiso a los niños para que hagan lo mismo en todo el contorno. El grito que yo recuerdo era ¡Viva San Juan alegre!

Es un recuerdo de una España en la que no se podían gritar otras consignas ni invocar a la Libertad y enseguida las llamas devoraban el exterior de aquella montaña efímera y se dejaban de ver las estrellas y de oír los ¡Ohhh! de admiración porque el fuego y su crepitar se hacían dueños por unos minutos de la luz y el sonido.
Los niños corrían, los jóvenes se preparaban para bailar y los mayores con sus caras rojas por la nueva luz y el calor, se abrazaban mientras se deseaban un buen verano.
Para los niños de entonces el fuego era algo cotidiano; aún no había llegado el butano y en cada casa se encendía la cocina al amanecer, quebrando unas astillas, los aldeanos quemaban las zarzas secas cortadas días antes, los carpinteros hervían la cola en pequeños fuegos en plena calle, las abuelas tostaban el café en unos graciosos hornillos en corros de seis o siete… y la furia de los cohetes al salir de la mano del municipal era fuego en mil lágrimas ardientes que a todos nos había quemado alguna vez, pero el fuego de San Juan era distinto, era nuestro y esa noche los niños teníamos derecho a estar en la calle hasta que las últimas ascuas dejaran de humear.
San Juan Bautista y su cabeza sobre una bandeja era la imagen reina del día siguiente: Salomé celosa pidió a Herodes ese regalo y los niños lo relacionábamos todo sin saber muy bien porqué. Día de romería y rosquillas, el día de San Juan amanecía siempre con cientos de rescoldos humeantes y con algunos amores nuevos que se habían fraguado al calor de las hogueras; pero, ¿qué tiene que ver San Juan con las hogueras?

Hay varias y sugerentes propuestas, pero ninguna convence completamente.
Rebuscando en bibliografía se constata que para el siglo V ya se relacionaban los fuegos del verano con el santo decapitado y la lógica dice que la expansión de la iglesia católica se hizo con la efeméride del fuego porque había algo en aquellos fuegos ancestrales del día del solsticio, que recordaba al santo bautista.
Si el fuego de esta noche era atávico y coinciden los antropólogos en plantear que era como un homenaje al sol para que siguiera arriba, no amenazara con diluirse en la noche; si los pueblos primitivos usaban el fuego tanto como las pieles, las piedras, la cera o las bolitas de ámbar, ¿Qué llevó a aquellos fuegos mayores a relacionar ese fuego especial (que no era para calentarse ni para asar despojos) con el hijo de Santa Isabel?
Esta mañana, recordando que los gallegos y portugueses dicen “Xoán y Joâo, que suena “ʤoan, ʤoao”, los catalanes Juan, que suena “ʤuan” y apenas los castellanos conservan la jota, he vuelto al “su”, fuego del euskera y a la raíz “an” precursora del “handi” actual, grande, para concluir que “su an” fue sinónimo del fuego grande, fuego con intención de ser visto, fuego que huyendo de la discreción de los fuegos de cada día, trataba de decir a otros grupos -quizás lejanos- que aquí estábamos alargando el día con un gran fuego que no era funcional sino mágico, que avisaba a los espíritus de que los humanos ya disponíamos de alternativa al sol.
La Iglesia, algunas como la anglicana, pero no la católica ni la luterana, prohibieron en algún momento estas fiestas paganas, pero no pudieron contra la corriente patrimonial y he aquí, sociedades casi ateas celebrando la memoria de San Juan sin saber que a veces los equívocos duran más que las realidades:
Su an, gran fuego.
El de mi barrio se prepara muy pobre, estaremos cediendo al olvido una epopeya de docenas de miles de años?.
